El dolor no tiene un patrón: es mi cuerpo.
La mujer de la voz delgada repite, me repite: no sobredimensiones el dolor; la mujer de ojos animales masculla: no te hagas una piedra, no dejes que avance el hielo.
Ahora mi pecho como un baúl de mariposas muertas. Ahora el silencio deseado pero nunca del todo comprendido. Ahora la desintegración, lo roto, el fragmento.
Los ojos del otro lado del espejo son los ojos de la no-posesión, del invierno latente.
Ojos del color de la muerte de color blanco.
Y mientras tanto sentir vacío el hueco de la cama donde nadie ha dormido. Saber torpe una presencia sobre el vello en la nuca. Añorar vida en la brecha insoportable del sexo.
Una mujer con las manos escarcha me ha tendido su mano tras mirarme por dentro.
La niebla es densa. La carne, opaca.
Yo sólo quiero estar viva, recuperar el habla, volver a amar.